Pestañas

viernes, 30 de diciembre de 2011

Capítulo 1: Reinicio.

Llevaban días sin verse, no tantos como expresaban, pero para ellas eran una eternidad. Se desenvolvieron hablando como hace mucho, problemas, bromas, risas, imaginaciones, ideas y debates, de todo un poco el tiempo avanzó. Un par frapuccinos más tarde acompañados de unos deliciosos Muffins de chocolate, zanahoria y moras, hasta cuando el sol ya estaba oculto y ya era casi la hora de marcharse, lo cual ninguna quería hacer.

—Unos minutos más, después de todo te vamos a dejar o acompañamos a tu casa, no creo que sea problema —sugirió la chica de ojos grises con una sonrisa después de un pequeño puchero al ver la hora.

—Si, apoyo eso, no quiero que nos marchemos aún —secundó Payton mirando de forma en que los ojos le brillaban a la más pequeña del grupo en edad, mas no en madurez.

—Está bien —sonrió divertida y convencida la joven Redbird, qué serían 5 minutos más después de todo.

En esos instantes un corte de luz ocasionó desordenes y gritos en el lugar, vidrios estallaban fuertemente, junto con otros caos que provenían por culpa de un individuo dentro local que empujaba muebles en la oscuridad.

Las tres chicas se mantenían unidas por sus brazos calmándose entre ellas.
Cerca de ellas sin pasar mucho rato pudieron escuchar un tipo que asaltaba la caja registradora del lugar. Más acostumbradas a la oscuridad, una de las chicas, Payton, la que sabía luchar, se acercó tratando de evitar la situación con una patada.

—Creo que no, cariño, mejor que no te hagas la heroína —amenazó sujetando su pierna y apuntándola con su pistola, el miedo la congeló parcialmente en medio de los recuerdos que le venían de su infancia.

—¡Déjala! —chilló la joven Redbird, no muy lejos de ahí junto a su amiga.

El asaltante enfocó su mirada en las otras chicas, la luz se prendió al poco rato y al poder deslumbrarlas bien, silbó, haciendo que con pocos segundos de desfase llegaran dos compañeros que sujetaron a las damas de las muñecas.

—¡Suéltenme! —forcejeó Cheryl al igual que Greis a su lado.

—Con esto está bien para pagar las deudas y un poco más, junto con salir —mencionó el que parecía ser él manda más ignorando las peticiones de las chicas.

Tenían miedo, estaban armados y de entre todos las tomaron a ellas de rehenes. Si tan solo no se hubieran quedado más rato por petición suya, pensaba la joven Wright. O quizás si no los hubiera enfrentado, pensaba la joven Roberts. Como también actuar y no sólo hablar, pensaba la joven Redbird. Pero nada de eso no importaba, las tenían consigo sin saber si las liberaría o posiblemente algo peor que no quisieron imaginar.

Caminaron por la puerta trasera para no encontrarse con oficiales que no tardarían en llamar.

—Suban al auto —ordenó otro de los tipos.

—Déjennos ir, tienen su botín —pidió Payton.
—Exacto, pero necesitamos rehenes y qué mejor que la hija del señor Wright —respondió uno mirando a la chica de ojos grises y tomándola de la barbilla.

Greis tenia miedo y las piernas le flaqueaban, al igual que sus ojos se cristalizaban un poco. No creía que la reconocerían con toda esa conmoción, todo ese embrollo ahora era su problema y su culpa, su pecho se oprimió.

—Quítale tus asquerosas manos —escupió la joven Roberts, tenaz como siempre.

Él manda más la miró con rabia.

—Cállala, Ethan —señaló con la pistola. Y siguiendo dicha orden, le taparon la boca con una mordaza.

Al poco tiempo, las otras dos chicas también se encontraban amordazas y una vez en el furgón con los ojos vendados también. El trío de chicas solo se tomaba las manos, al menos si morían -aunque les asustaba la idea de pensar eso- lo harían juntas, sin importar de quien fuera la culpa de la situación.

En súbito momento de no saber nada de donde estas y sentir como abren la puerta del automóvil, apretaron sus manos para luego soltarse. Las tomaron cuales bultos a pesar de tratar de evitarlo un poco, sentándolas en unas sillas terminando de amarrar bien sus manos y piernas.


No sabían si ya llevan minutos u horas, deducían que no había amanecido por las luces aún prendidas casi sobre sus cabezas, pero tampoco sabían con certeza si estaban en un cuarto o un sótano. Angustia y más angustia las envolvía cada instante, el ardor en sus muñecas y tobillos se así más insoportable a cada segundo, sus concentraciones también se ubicaban en el respirar de forma correcta sin poder si quiera tratar de conciliar un sueño que al menos les quitara la angustia y pensar que todo era pesadilla.

A lo lejos podía escuchar murmullos, palabra entre cortadas de sus secuestradores debido al cansancio mental y físico de la situación, que apenas las dejaban tener un idea de lo que hablaban. Luego de un buen rato escucharon pasos que se dirigían, por la cercanía del sonido, a ellas.

Una de las chicas empezó a saltar con fuerza, como si estuviera desesperada, molesta, asustando y alertando al mismo tiempo a las otras dos.

—Tranquilízate, cariño, no sacas nada con hacerte daño forcejeando, no cambiará nada —sonrió con maldad el causante de todo aquello en el mismo tono que la ocasión anterior con la caja registradora.

La afectada era Payton Roberts, a la cual el tipo le estaba pasando la mano por los muslos con intenciones perversas.

Las quejas, palabras y el silencio de todo ese lugar se oyó, para las chicas, interrumpido, al igual como había ocurrido hace pocas horas en la cafetería. El sonido de un vidrio roto se hizo presente, palabras sueltas a lo lejos dando entender que tomasen las armas rápido. Disparos, disparos y más eco de esos disparos rezumbaban al punto de hacerlas algo habitual en ese instante, el miedo aumentó su presencia en sus cuerpos, al igual que parte de la adrenalina de escuchar todo estando a la deriva de un accidente que simplemente podría cortarles la vida.

Para suerte, o parte de ella todas botaron sus sillas frente al miedo cayendo de cara al piso algo lejanos a los trozos de vidrios. En la desesperación de no poder hacer más, simplemente se quedaron ahí reprimiendo sus gritos en las mordazas durante mucho tiempo hasta que de un minuto o segundo a otro pareciera todo haber cesado, no más disparos ni estallidos de vidrio, no más maldiciones provenientes de sus secuestradores, no más puertas ni muebles cayendo con brusquedad al piso.

Sólo silencio.

Los vidrios quebrados sonaban a los minutos siguientes debido a pisadas sobre ellos. Sin saber de quién podría tratarse ni poder distinguirlo, solo se mantuvieron quietas esperando que fuera un policía o un rescate, cualquier cosa que las sacara de ahí. Parecía ser una persona debido al sonido que emitía a cada paso, una vez cerca de los rehenes, la más cercana a su lado Greis Wright, se hincó poniendo sus dedos en el cuello.

—Tiene pulso, aparentemente tampoco sangra, al igual que las otras dos —susurró para si una voz masculina de un tono neutral pero también un deje de alivio al final de la frase.

Antes de que pudieran tratar de hablar notando por el sonido de sus voz que no eran los secuestradores, entró más gente las levantó sacándolas de las sillas y se las llevó. De un principio pataleando y tratando de gritar. Y es que eso era inaudito, pasar de un secuestro a otro era mucho en todos los sentidos.

Rápidamente en un automóvil, distinguido por el movimiento, ahora más tranquilas, les soltaron la venda de los ojos y la mordaza. La luz la cegó unos instantes pero al volverlos a abrir pudieron volver a la normalidad.

La piel se les congeló, tenían a tres tipos de nuevo, distintos a los anteriores apuntándolas con una pistola.

—Necesito que guarden silencio y no griten, las acabamos de rescatar de esos tipos —mencionó uno de los que parecía ser el menor del grupo con la misma voz de antes.

—Si viniste a rescatarnos ¿por qué demonios nos amenazas con una pistola, nos llevas en un auto y no nos liberas manos y piernas? —respondió con ironía y rabia la joven Redbird mirándolo a los ojos sin hacer notar su miedo.

El chico miró a sus compañeros y suspiró para devolver la mirada con sus ojos avellanados.

—Tendrán que pagar el rescate, no somos policías como podrán notar —mencionó serio—. Somos de la mafia —agregó sin dar mayor información.

“¡¿Qué?! ¡¿La mafia?!” pensaban las tres chicas inmovilizadas por completo. No lo entendían ¿Por qué las habían salvado? ¿quién –si es que así hubiera sido- se lo habría pedido? ¿pagarles? ¿cómo harían eso? Y si se reusaban ¿cuáles serían las consecuencias?

Al igual que antes sólo estaban seguras de una cosa, estarían juntas apoyándose hasta el final.


1 comentario:

  1. Aaah Susumi querida, realmente me sorprendiste con esta entrada... creo que realmente valió la pena los dos meses de espera -lo que no significa que lo soportaremos una segunda vez jeje-, y es que esta muy bien redactado, pudiste describir brevemente a cada una de las chicas dando a entender sus miedos, "culpas" y reacciones.
    Te Amito

    ResponderEliminar